Manu… Hablo, orgulloso, en nombre de tantos que hemos tenido la suerte de compartir vida contigo. La natación, al final, solo era una excusa. Cada uno con su historia se acercaba y encontraba ese amor desbordado por lo tuyo, esa paciencia con cada uno, ese talante motivador… y al final todos acabábamos sintiendo lo mismo. Imposible no apasionarse con tu deporte, imposible no quererte.
Allí llegabas tú solo y al momento ya estabas en un equipo, el equipo de Manu. Los amigos de Manu. Atraídos por el Sol, entrabas en equipos de relevos, se te quedaban cortas las travesías, veías posible hasta cruzar el estrecho…Las sirenas parecían tiburones, las ballenas delfines, hasta el plomo flotaba…
Manu, tú tenías un don.
¿Cómo sabrá el pan del panadero que lo amase con tanto amor como tú cuando nos explicabas como colocar el codo en el recobro?
¿Dónde llegará la flecha lanzada con tanta pasión?
¿Cómo se apaga el fuego que arde con esa determinación?
¿Cuándo conoceremos en la vida a alguien como tú?
Y sobre todo, ¿Por qué te hemos perdido tan pronto?
Pero en realidad, no te hemos perdido; sino que te hemos ganado. Y en cada brazada te escucharemos: “codo alto, más rolido, cruzas mucho el brazo, más fuerte la patada, siente el agua, desliza, estira, no acortes la brazada, empuja fuerte atrás…”.
Nos esperarás impaciente en el bordillo, nos apremiarás a empezar a entrenar. En cada volteo te veremos con el crono. Cada vez que respiremos tú nos marcarás el ritmo. Y cuándo no podamos, tú nos animarás.
Te buscaremos en los pantanos y en los océanos y siempre, siempre, te encontraremos aquí dentro.
En proporción a la brutal desgracia de perderte, ha sido la inmensa suerte de encontrarte.
Manu, tú estarás con nosotros para siempre.
Ángel Francisco García Barrajón